Sunday, June 1, 2014

La metamorfosis, Franz Kafka

Puntuación
La metamorfosis (escrita en el otoño de 1912 y publicada en 1915) desarrolla un tema extraño y alucinante, pleno de resonancias alegóricas y de inquietantes augurios; como señalara Max Brod en su biografía de Kafka, la tremenda eficacia del relato se basa en que una situación fantástica e impensada (un modesto corredor de comercio, Gregorio Samsa, se despierta transformado en un raro insecto) se inserta en el normal desarrollo de la cotidianidad, de forma tal que la minuciosidad de las descripciones y el realismo de las imágenes no hacen sino reforzar la sensación de espanto y misterio. Completan el volumen los relatos titulados Un artista del hambre y Un artista del trapecio.

Fue difícil con cual libro poder inaugurar este blog, pero al fin y al cabo que con un clásico de clásicos. La historia comienza cuando un comerciante viajero llamado Gregorio Samsa, se despierta una mañana después de haber dormido tranquilamente y que grande fue su sorpresa cuando se dio cuenta que se había convertido en un repugnante insecto Se dio cuenta, que ahora su cuerpo estaba conformado por un duro caparazón y numerosas patitas delgadas. Como estaba echado boca arriba, pudo ver su vientre convexo y oscuro, marcado por curvadas callosidades. El muy preocupado, no tiene idea que fue lo que le ocurrió, pero sabía perfectamente que no era un sueño. Varios intentos fallidos de querer dormir, ya que tenía el hábito de hacerlo sobre el lado derecho, y su actual estado no le permitía adoptar tal postura. Se quedó en la cama reflexionando lo cansada que era la profesión que había elegido. Siempre de viaje, comiendo mal y corriendo de aquí para allá pendiente de los enlaces de trenes. El sabía que aquel trabajo le molestaba, pero sabía también que económicamente no podía prescindir de él, por lo menos en unos cinco o seis años más. Cuando vio que eran más de las seis y media, se alarmó, pues, el acostumbraba tomar el tren de las cinco para llegar al trabajo a las seis. 

Se sentía indispuesto para ir a trabajar, pero sabía que sí alegaba como excusa una enfermedad, lo único que conseguiría era despertar sospechas, pues, Gregorio, en los cinco años que llevaba empleado, no había estado nunca enfermo. A las siete menos cuarto, la voz de su madre lo sacó de sus reflexiones. Era una voz dulce, la cual le recordaba que tenía que partir de viaje. Gregorio se horrorizó al oír su voz, que era la de siempre, pero mezclada con un estridente silbido. Le llevó varios minutos poder levantarse de la cama, el golpe sordo que provocó la caída de Gregorio hizo que todos los presentes acudieran hasta la puerta de la habitación donde se hallaba encerrado. El gerente recrimino a Gregorio por su desconcertante actitud que inquietaba inútilmente a sus padres. Le dijo además que él siempre lo había tenido por un hombre formal y juicioso, pero que ahora con esa forma extravagante de comportarse no sentía ya deseos de seguir intercediendo por él frente a la insinuación sostenida por el director del almacén, quien había dicho que seguramente Gregorio había faltado porque se había gastado el dinero de un cobro que se le encomendó que hiciese. Esto puso fuera de sí a Gregorio, quien contestando que abriría inmediatamente, trató de enderezarse apoyándose en un baúl, pues, después de la caída de la cama, había quedado volteado. Sus palabras resultaban ininteligibles, aunque a él le parecían muy claras. Porque ya se le había acostumbrado el oído. Grete, su hermana, fue a buscar al médico, mientras que Ana, la mucama, había ido en busca de un cerrajero. Cuando el mismo Gregorio abrió la puerta con gran esfuerzo, todos quedaron estupefactos ante lo que veían. La madre se desmayó por la impresión; el padre se puso a llorar mientras que el gerente lo contemplaba con una mueca de repugnancia en el rostro. Gregorio comprendió que no debía permitir que el gerente se marchara, pues, sino su puesto en el almacén estaba seriamente amenazado y con éste su porvenir y el de los suyos. 

Cuando el gerente huyó despavorido, Gregorio trató de darle el alcance, pero su padre lo detuvo esgrimiendo un periódico y un bastón. El padre logró introducir a Gregorio en su habitación con un empujón enérgico que lo dejó sangrando copiosamente. Cuando después de varias horas de sueño. Gregorio despertó, se dio cuenta que en el costado izquierdo de su nuevo cuerpo había una larga y repugnante llaga. Su hermana lo alimentaba con queso y legumbres, pues, cuando el primer día le puso leche, que hasta antes de su metamorfosis había sido su bebida predilecta, la rechazó con repugnancia. Cada vez que Grete le dejaba su comida, se retiraba rápidamente, pues, sabía que Gregorio no comería estando ella presente. De esta manera recibió Gregorio, día tras días, su comida. Sin duda sus padres tampoco querían que Gregorio se muriese de hambre; pero tal vez no hubiera podido soportar el espectáculo de sus comidas. Gregorio escuchaba todo lo que se hablaba en la casa pegándose a la puerta. Todas las conversaciones se referían a él y a lo que se debería hacer en lo sucesivo con él. La criada se marchó no sin antes prometer que no contaría a nadie nada de lo sucedido. Gracias a estas continuas incursiones Gregorio pudo enterarse con gran satisfacción que, a pesar de su desgracia, a su familia le había quedado algún dinero como producto de las entregas que todos los meses hacía él para los gastos de la casa. Pero aquel dinero duraría a lo más unos dos años y el dinero para seguir viviendo había que ganarlo. Gregorio sabía que su padre ya era demasiado viejo y que su madre sufría de asma hasta el punto que se fatigaba con sólo andar un poco por casa. Sería en su hermana Grete en quien recaería la responsabilidad pero “¿Tendría, entonces, que trabajar la hermana, luna niña de dieciséis años, y cuya envidiable existencia había consistido, hasta el momento en ocuparse de sí misma, dormir cuanto quería, ayudar en las tareas de la casa, participar en alguna sencilla diversión y, sobre todo tocar el violín?”. 

Las conversaciones de sus padres sobre la necesidad de ganar dinero lo apenaban. Había transcurrido un mes desde la metamorfosis y sus padres no se decidían a entrar en la habitación donde él estaba. La madre había tratado más de una vez entrar pero el padre y la hermana se lo impidieron. Un día a la hermana se le ocurrió sacar de la habitación los muebles que consideró un estorbo para el desplazamiento de Gregorio y, en compañía de la madre, procedió a sacar todo lo que encontró a su alrededor. Si bien Gregorio tomó este gesto como un bien para él porque le permitía trepar en todas direcciones sin obstáculos, consideró también que en poco tiempo olvidaría por completo su pasada condición humana. Cuando ambas mujeres salieron llevándose un mueble, Gregorio salió de su escondite y trepó por la pared y se prendió de un retrato, la impresión que tuvo su madre cuando lo vio la dejó aturdida y temblorosa, por lo que Grete la llevó al comedor. Gregorio aprovechó ese instante para salir de la habitación lo cual alteró a ambas mujeres. Gregorio se hallaba desconcertado ante la situación, en ese instante llegó su padre quine lanzándole unas manzanas logró introducirlo nuevamente en la habitación. La madre suplicaba llorosa a su esposo que no matase a su hijo. Una de las manzanas quedó incrustada en su carne provocándole una grave herida que mermó su capacidad de movimiento. A partir de ese instante Gregorio se dio cuenta que por su causa el infortunio se cebaba en su familia. Desvelado día y noche Gregorio recordaba las vivencias de su estado anterior a la metamorfosis, comenzando también a sentirse irritado con su familia por la poca atención que le prestaban. La alimentación como la limpieza de la habitación de Gregorio fue descuidada a partir del día en que fue herido por su padre, lo cual lo hizo caer en una profunda melancolía. Como uno de los cuartos de la casa fue alquilado muebles que había en la habitación alquilada fueron a parar donde estaba Gregorio, convirtiéndose así su cuarto en un depósito. Cierta noche que Grete tocaba el violín para deleite de los tres señores que habían alquilado la habitación. Gregorio se atrevió a salir y se encontró sin darse cuenta en el comedor. 

Todos se hallaban tan absortos en la música que tardaron unos minutos en percatarse de la presencia de Gregorio. Uno de los huéspedes fue el primero en verlo y en alertar a los demás. Vanos fueron los intentos del padre para calmar a los señores quienes amenazaron con marcharse, negándose a pagar los días que habían vivido y comido en la casa. Gregorio volvió lentamente a su habitación sin poder olvidar las palabras lacerantes dichas por su querida hermana. “Hay que deshacerse de él”. Esa noche, Gregorio, apenas si notaba ya la emoción y cariño en los suyos, hasta que al vislumbrar el alba, a pesar suyo, dejó caer la cabeza y de su hocico surgió débilmente su último suspiro. A la mañana siguiente, cuando entró la nueva asistenta, que siempre lo trataba mal, comprobó que Gregorio había muerto. Enterada la familia, luego de despedir a los huéspedes, lo lloraron en silencio, sin querer saber el triste destino que la asistenta había dado al cuerpo del hijo perdido. Luego salieron los tres juntos, y cómodamente recostados en los asientos de un tranvía, fueron cambiando impresiones acerca del porvenir.





Sobre la autor:  (Praga, 1883 - Kierling, Austria, 1924) Escritor checo en lengua alemana. Nacido en el seno de una familia de comerciantes judíos, Franz Kafka se formó en un ambiente cultural alemán, y se doctoró en derecho. Pronto empezó a interesarse por la mística y la religión judías, que ejercieron sobre él una notable influencia y favorecieron su adhesión al sionismo. Su proyecto de emigrar a Palestina se vio frustrado en 1917 al padecer los primeros síntomas de tuberculosis, que sería la causante de su muerte. A pesar de la enfermedad, de la hostilidad manifiesta de su familia hacia su vocación literaria, de sus cinco tentativas matrimoniales frustradas y de su empleo de burócrata en una compañía de seguros de Praga, Franz Kafka se dedicó intensamente a la literatura.

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